El poderoso sismo de magnitud 8.8 que sacudió la península rusa de Kamchatka volvió a centrar la atención mundial en el Cinturón de Fuego del Pacífico, una zona de intensa actividad sísmica y volcánica que bordea el océano Pacífico y concentra el 90 % de los terremotos más destructivos del planeta.
Este colosal sistema tectónico, que se extiende a lo largo de más de 40 mil kilómetros, es resultado del choque constante entre varias placas tectónicas, como la del Pacífico, la de Nazca y la de América del Norte.
La fricción entre ellas genera acumulación de energía que, al liberarse, puede provocar terremotos o erupciones volcánicas de gran magnitud.
Aunque el impacto del reciente sismo fue menor de lo esperado en superficie, los efectos se hicieron sentir a lo largo del Pacífico, con olas de hasta tres metros que alcanzaron costas de Rusia, Japón, Hawái y el oeste de Estados Unidos.
Por su magnitud, se le considera el sexto más potente desde que la humanidad cuenta con instrumentos de medición. La energía que liberó fue enorme, y solo el hecho de haber ocurrido lejos de tierra firma evitó una auténtica tragedia.
Este evento despertó el interés por comprender mejor el fenómeno, especialmente en regiones sísmicas como Mendoza, San Juan y Neuquén, en Argentina.
El Anillo de Fuego cruza más de una veintena de países en América, Asia y Oceanía, incluyendo Chile, México, Japón, Filipinas y Nueva Zelanda. Para sus habitantes, vivir en esta franja significa enfrentar constantes riesgos naturales, pero también desarrollar estrategias de adaptación, como códigos de construcción antisísmica, sistemas de alerta y educación preventiva.
En este cinturón, donde la Tierra se mueve con fuerza, la resiliencia humana se convierte en una herramienta vital.