Los otros datos | El Comentocrata

Enrique Huerta 

Horas antes de la llegada de la presidenta Claudia Sheinbaum, el municipio comenzó a transformarse. No fue magia ni reconstrucción repentina: fueron cuadrillas del Ejército, de la Conafor y de Protección Civil las que se apresuraron a limpiar, y repartir despensas justo en las calles por donde pasaría la caravana presidencial.

En el monumento al Colotero, donde desde días atrás los vecinos habían colgado ropa donada para los damnificados, los elementos retiraron todo. “porque eso se veía mal”.

 Minutos después, cuando el operativo terminó y la comitiva se alejó, la ropa regresó al mismo sitio, como si nada hubiera pasado.

Por las avenidas principales, los camiones de Protección Civil entregaron despensas con prisa. No alcanzaban para todos, pero sí para dar la impresión de que la ayuda había llegado. Los vecinos lo notaron: “Ocho días sin ver a nadie, y hoy hasta doctores y brigadas hay. Parece que solo hacía falta que viniera la Presidenta para que se acordaran de nosotros.”

El bulevar Quintana Roo lució distinto la mañana de este viernes: más limpio, con módulos de salud recién instalados, personal uniformado. Todo se preparó para la visita. Nada parecía recordar que apenas unas horas antes, ese mismo sitio era una mezcla de escombros, barro y desesperanza.

Claudia Sheinbaum recorrió una parte del municipio acompañada primero por la gobernadora Rocío Nahle y, después, en solitario. Saludó, observó, escuchó a algunos vecinos. Pero la verdadera historia no estaba en los calles que recorrió, sino en las calles que no visitó: las colonias que siguen sin agua, los hogares donde aún se lavan con agua de lluvia, los caminos donde la luz no ha regresado.

Ocho días después del desastre, llegaron las brigadas del Bienestar, del IMSS Bienestar, los camiones oficiales y los discursos. Ocho días después de la tormenta, llegó el gobierno. Pero la ayuda real, la que calma el hambre, cura la herida y devuelve la esperanza había llegado antes, de manos de ciudadanos anónimos que no esperaron instrucciones.

El paisaje de Álamo se planchó para la visita: el lodo se barrió, las quejas se silenciaron, y las calles se maquillaron de orden. Pero bajo la superficie, sigue latiendo la verdad: la de un pueblo que sobrevivió solo, que resistió el olvido, y que hoy mira con escepticismo los reflectores.

Porque en Álamo Temapache, más que una puesta en escena, lo que la gente sigue esperando es respuesta.

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