Viridiana Reyes Cruz
San Andrés Tuxtla, Ver.- Los niños traviesos que han fallecido sin ser bautizados se vuelven chaneques, luego se la pasan jugando en las noches y haciendo maldades a los recién nacidos y perdiendo gente adulta en la selva y monte.
En Texcaltitan aún conservan tradiciones, una de ellas es ir a limpiar las parcelas a mano, cazar a los conejos para comerse la carne en taquitos y preparar a los niños para llevarlos a la siembra en el monte.
Don Andrés cuenta que a él de chamaco lo perdieron los chaneques, antes ya habían perdido a su hermano José.
“Los chaneques son duendes, dueños del monte, se molestan cuando uno machetea las hierbas y más si andamos por las guardarrayas donde ellos juegan”.
Atenta al relato de don Andrés, miraba como sus ojos hasta brillaban de acordarse de cuando los chaneques lo perdieron por tres días entre los cañales y siembra de maíz.
“Me acuerdo, que a mi hermano José se lo habían llevado, en ese entonces él tenía 6 años y yo 10, mi ´apa nos decía que no jugáramos en el monte, pero uno no hace caso, José se fue jugando atrás de una pelota, pero quien sabe esa pelota de donde salió, yo me fui a seguir sembrando maíz, y cuando cayó la noche, no aparecía mi hermano, me fui a la casa a ver a mi abuelo y le dije, durante dos días lo buscamos y nada, pero yo valiente que me voy en la noche a peleárselo a los chaneques y que me pierden a mi también”.
Cuenta don Andrés que empezó a caminar seguro por el cañal, porque él conocía los cañales como la palma de su mano, pero de repente escucho a su hermano José que le hablaba, pero no veía nada, de pronto ya estaba perdido en medio del monte.
“Cuando vi, ya estaba perdido, que va no era mi hermano que me hablaba eran los condenados chaneques, cuando escuche las risas me dio miedo, los vi, si son así chiquitos como de cinco años, andan en cueritos, a las risas de sus maldades pelando los dientes afilados y podridos, me decían ven sígueme yo sé donde está José, y ahí va Andrés, cuando me perdieron que me agarran y me empezaron a pegar como entre cinco chanequitos y se me montaban encima y me mordían y hacían cosquillas, me arañaron todo; a lo lejos escuchaba a mi hermano que me hablaba, pero ya no sabía si era él.
Me acorde que mi abuelo me dijo, que cuando nos pasara algo así nos pusiéramos la camisa al revés y camináramos hacia atrás contrario a las huellas de los chaneques, así encontraríamos el camino”.
Así le hiso don Andrés, camino hasta que encontró a su hermano tirado en una guardarraya, como era pequeño se había cansado y no aguantó, los chaneques lo dejaron ahí desmayado, Andrés lo cargó como pudo, y al regresar a su casa supo que lo que para él fueron unas horas, habían sido tres días.
Para romper los encantos de los traviesos duendes, uno debe regresar con la camisa al revés, ponerles juguetes, espejos y licor, ´cuando los chaneques se cansan de jugar y se embriagan, el que fue perdido, regresa los amarra con un mecate y los cuerea con otro mecate hasta que se cansa y así se rompe el encanto, porque ellos, los chaneques regresan cada noche a molestar y tirar de la cama a la gente’.
“Para curarnos del espanto, mi ‘apa nos llevó luego con un curandero, nos rameo y nos chupo las manos y los pies pa’l espanto, nos dieron te de albahaca por siete días hasta que dejamos de estar espantarnos, porque brincábamos por las noches”.
Don Andrés a sus 63 años aún recuerda esa historia y muchas más que disfruta contarles a sus nietos, como tesoro preciado para que sepan como caminar por los montes.